Lo más
curioso de mi quinceañero fue que no solo fue una ilusión propia, sino también de
toda la familia. Cada vez que nos reuníamos para cualquier acontecimiento, se
terminaba hablando de mis quince años.
La más
emocionada era mi tía Manuela, desde que tenía 5 años no paraba de hablar de ese gran día.
Transcurrieron los años y al cumplir 14 años todo se comenzó a alistar.
En
el 2006, el año del esperado quinceañero todos mis familiares y amigos comenzaron
a ofrecer cosas para la grandiosa fiesta. En la hermandad de Santa Rosa, de la cual formábamos parte mi mamá y yo, todas las señoras pusieron su
granito de arena. Una de ellas me regaló los zapatos, otra la torta, otras
colaboraron con dinero.
Lo más
bonito de todo fue que colaboraron con propia voluntad. Otra señora me prestó
su casa y lo único que falto para que fuera completo fue la presencia de mi
padre, que por circunstancias de la vida no pudo o no quiso estar presente en
ese día tan importante. Sin embargo, su presencia quedo disminuida por al
omnipotente presencia de mi abuelito, quien me brindo unas hermosas palabras.
A la
que agradezco más es a mi madre que de acuerdo a sus posibilidades me celebro
una hermosa fiesta.
Por Marilin de la Cruz
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