Entrevista a Juan Quispe
Este hombre sobrevive, sin
familia y sin un lugar donde dormir
Mientras
la noche empezaba a caer y el viento comenzaba a soplar, me encontré con Juan,
en esa pocilga con paredes de madera que sostenía el techo de eternit donde todos
los días pasa sus noches sentado. Así es su vida a diario y está acostumbrado a
ello.
Me
senté junto a él y lo saludé como si lo conociera de tiempo. Pensé que se
negaría a responder las preguntas, pero no fue así; es más optó por invitarme
un poco de su licor, diciéndome: brinda conmigo.
Vertió
de su botella un poco de licor en un vaso. Esta bebida tenía un fuerte olor y
supongo que también amargo. Me entregó el vaso. Lo único que hice fue sonreír,
sostener el vaso de plástico y dejarlo a un lado de donde yo estaba sentado. Él
seguía tomando.
Entonces,
le pregunté si se siente bien con su vida. Empinó el brazo, tomó un sorbo y me
dijo: _soy feliz cuando tomo, pero cuando no lo hago me siento triste.
Sin
embargo, su rostro me decía otra cosa, que cuando él tomaba realmente, se
sentía triste y abandonado lo único que hacía era tomar y tomar como si todo
anduviese bien.
Simplemente,
mostraba desinterés por su vida. Es así que le pregunté si quería cambiar de
vida y me dijo: _No, para qué cambiar, si a nadie le intereso. Trabajo para mí,
tomo para mí y vivo para mí.
Sus
respuestas parecían falsas, ya que cada vez que respondía, tomaba y agachaba la
cabeza, como culpándose de algo que hizo mal.
Ya
había realizado dos preguntas, y Juan me preguntó, señalando el vaso: _y eso no
lo vas a tomar o me lo tomo.
Creo
que pensé mucho en mi respuesta; entonces, Juan no lo pensó dos veces, agarró
el vaso y se lo tomó. _Esto es vida_ dijo mientras se reía y sacaba otra
botella más del bolso que llevaba, pues Juan se dedica a juntar botellas de
plástico para luego venderlas y con ese dinero comprar su licor, y de vez en
cuando alimentarse de uno o dos panes.
Voy
por la tercera pregunta. Juan, cómo es qué logras sobrevivir en este mundo, me
parece algo a lo que yo no podría sobrevivir y tú lo haces. Orgulloso de sí
mismo y mostrando furor en su rostro, me dijo: _Si sigo vivo es gracias a esto
(levantó la botella) y a Dios, que está conmigo.
Metió
su mano por el cuello de su polo y me mostró el collar que llevaba puesto. Era
un rosario y señaló: _El me protege y me guía a donde yo vaya, se que siempre
estará conmigo y no me abandonará. Cada día que despierto, abro los ojos con
miedo pensando si amaneceré vivo o muerto. Gracias a “Papá Lindo” es que sigo
en este mundo.
Y
es cierto lo que me dijo, pues en su rostro están plasmados esos golpes e hinchazones.
Solo Dios sabe cuánto tiempo más lo dejará en la tierra. Los vagabundos iban llegando
a este lugar de mal vivir, donde los pobres hombres piensan vivir en gloria
cuando en realidad, viven para morir.
Entonces,
le pregunté cuántas botellas tomaba al día, y me dijo: _eso depende de lo que
gane al día. Esta botella me cuesta un sol, y tengo que juntar más de 30
botellas de plástico para venderlas y poder vivir de esto _y si no te alcanza_ para
eso está los amigos. Vengo acá y me invitan. En esta vida todo da vueltas. Hoy
por mí, mañana por ti.
El
viento corría más fuerte. Yo temblaba de frío y Juan, solo tiene ese polo que
le cubría y un pantalón jean de color azul, pero totalmente, sucio y con un
hueco en el lado derecho. Al parecer, ya se había acostumbrado a este aire
fuerte por las noches. _Juan, ¿no sientes frío? _Le increpe y me respondió: _qué
frío, si hace calor_. Así como el viento sopla fuerte, qué corriente te trajo
hasta aquí; por qué te importa mi vida, qué quieres saber.
Solo
le dije que buscaba la forma de poder ayudarle, y luego arremetí: _ ¿eres
feliz? Y él contestó que no le interesa
lo que digan los demás. Al fin y al cabo es su vida.
Mientras
iba respondiendo, podía notar como sus ojos se llenaban de lágrimas, pero no lo
mostraba. No dejó ni una lagrima derramar, pues sostuvo el llanto de tanta
impotencia. A pesar de toda esa valentía, su voz se le quebraba y simplemente
era por el dolor que sentía dentro. Fue
el momento indicado para averiguar si desearía cambiar de vida, así el me haya
anticipado que se siente bien con la suya.
_Soy
una persona normal. Qué me diferencia de ti. Yo te quintuplico la edad, y me
vas a venir a dar consejos_ enfatizó y soltó una carcajada. Entonces, insistí. Hubo
un silencio como película de suspenso. Me miró y era como si fuera la pregunta
del millón. Fue un segundo que parecía una eternidad. Estaba totalmente
preparado para su gran respuesta. Empinó el brazo. Tomó otro sorbo, y me dijo: _siguiente
pregunta.
No
me quedaba más remedio que terminar con esta pequeña charla, que al parecer ya
no le agradaba mucho a este hombre. Lo único que hacía en toda la conversación
era tomar, apoyar sus brazos en sus piernas y agachar la cabeza. Ya estaba
acostumbrado a ello.
Solo
me quedaba una pregunta más, no porque él me dijo, sino porque cada vez que
agachaba la cabeza sus ojos se cerraban, y se balanceaba en sí mismo.
Le
dije a Juan que ya me tenía que ir y que me gustaría poder conversar nuevamente.
No respondió. Ya se había dormido, incluso hasta empezó a roncar. Le toqué el
hombro y le moví. Pensé que me estaba haciendo una broma. Esperé sentado unos
minutos más. No pasaron ni 10 minutos y la botella media llena que la sostenía
en su mano, la soltó y se derramó todo el alcohol barato que siempre compra.
Efectivamente,
se había quedado dormido. No había más que hacer. Saque una bolsa con bizcocho
y lo dejé dentro del bolso que tenía puesto.
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TESTIMONIO
El 2013 se proyectaba como un nuevo año, con nuevas experiencias y logros por adquirir. Con ideas que tenía en mente desde que empecé este gran salto a una nueva aventura. Lo único que necesitaba era el espacio de un aula para poder hacer realidad este proyecto. Cosas del destino, llegó esa gran oportunidad.
El uno de enero, aproximadamente a las 7:00 de la noche, como es de costumbre, me senté frente al monitor a revisar mis cuentas de correo. Es así que recibí un mensaje al Facebook, el cual decía lo siguiente: “Hola Julio. Te saluda Christian Villar. Lucero Gonzales, una compañera de estudios, me habló de ti. Me comentó que ustedes habían estudiado juntos en el MALI (Museo de Arte de Lima), es por ello que le pedí una persona de confianza para que pueda asumir el cargo de profesor de teatro en la Municipalidad de San Juan de Miraflores. Espero tu pronta respuesta”. Este mensaje había sido enviado 20 minutos atrás. Entonces, no lo pensé dos veces y le respondí que estaba interesado.
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TESTIMONIO
Los talleres de enero y febrero
El 2013 se proyectaba como un nuevo año, con nuevas experiencias y logros por adquirir. Con ideas que tenía en mente desde que empecé este gran salto a una nueva aventura. Lo único que necesitaba era el espacio de un aula para poder hacer realidad este proyecto. Cosas del destino, llegó esa gran oportunidad.
El uno de enero, aproximadamente a las 7:00 de la noche, como es de costumbre, me senté frente al monitor a revisar mis cuentas de correo. Es así que recibí un mensaje al Facebook, el cual decía lo siguiente: “Hola Julio. Te saluda Christian Villar. Lucero Gonzales, una compañera de estudios, me habló de ti. Me comentó que ustedes habían estudiado juntos en el MALI (Museo de Arte de Lima), es por ello que le pedí una persona de confianza para que pueda asumir el cargo de profesor de teatro en la Municipalidad de San Juan de Miraflores. Espero tu pronta respuesta”. Este mensaje había sido enviado 20 minutos atrás. Entonces, no lo pensé dos veces y le respondí que estaba interesado.
Luego de esta pequeña
conversación, sería citado para una entrevista en la misma Municipalidad en el
área de Educación, Deporte y Cultura. Era tanta la emoción que esa misma noche
que recibí la noticia, empecé a realizar mi plan de trabajo para el Taller de
Actuación. No era tan dificultoso, ya que tenía un modelo de plan donde había
trabajado antes.
En ese momento, mientras me
encontraba realizando mis propuestas para presentarlas en la entrevista, me di
cuenta que existen amistades que realmente te valoran y es bueno cultivarlas. Lucero
fue una amiga del taller de actuación en el MALI donde dictaba clases el actor
Ramón García. Asimismo, tuve la oportunidad de actuar con Lucero, y nunca
olvidaré su personaje de “niña buena”. Es así que la llamé al celular y le
agradecí por su recomendación, y si de alguna u otra forma podía corresponderle
a ello. Y ella que nunca dejará sus bromas de lado, me dijo: “no te preocupes
amigo, solo quiero un Mercedes Benz afuera de mi casa”.
Llegué a la entrevista y presenté
mis propuestas. Me preguntaron acerca de mi experiencia y todo relacionado a la
actuación. Es así que, gracias a Dios, empecé a dictar las clases de teatro en
los talleres de verano.
Escogí el horario de tres veces
por semana que constaba de una hora al día, que en realidad me quedaba más de
dos horas, por lo mismo que veía el entusiasmo en los estudiantes.
Empezó la primera clase y en el
aula contaba con 48 alumnos, por lo que tuve que dividirlo en dos grupos. El
primer grupo con niños de 4 a 9 años y el segundo, de 10 a 17 años. Aunque era
relativo, si notaba talento especial en algún niño del primero grupo, lo que
hacía era pasarlo al segundo.
Nunca voy a olvidar ese gran talento de Jesús, de 8
años, a quien tan solo le pedí que interpretara la voz de una persona que está
en una guerra, y lo que hizo fue espectacular. Se imaginó que estaba en el
suceso, realizó las mímicas y expresó todo lo posible, interactuó con sus
compañeros. Fue interesante. Y esta era su primera clase.
Es así que poco a poco me fui
quedando extasiado de las maravillas que hacían estos ‘pequeños talentos’. El
fin del taller era desinhibirnos, reír, compartir y actuar. Y eso se logró. La
mayoría llegó a la primera clase callado, igual la segunda y la tercera. Pero
el objetivo de romper el hielo se cumplió.
Sin lugar a dudas, fueron dos
meses geniales de aprendizajes mutuos. Estos chicos tendrán un futuro
maravilloso.
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CRÓNICA
UN RECORRIDO POR EL MUSEO DE LA SANTA INQUISICIÓN
NOS TRASLADAMOS A UNA ÉPOCA DONDE LA IGLESIA CATÓLICA
GOBERNABA
El museo de la
Santa inquisición está situado entre la Plaza Bolívar y la cuadra 3 de la avenida
Abancay, a un costado del Congreso de la República, en
el centro de Lima. Este recinto donde se castigaban los delitos de fe, tiene en
su fachada un diseño del tiempo de los romanos: seis columnas en forma de
cilindro que está en la entrada.
El guía, un
hombre con mucha experiencia que vestía un pantalón y camisa. Explicó que el
fin de la Santa Inquisición era perseguir a los supuestos herejes y a los que
hacían brujería y otras religiones que no sean la oficial, para luego dar
sentencia a los supuestos culpables con una serie de castigos.
Este museo fue
adaptado en 1968. Esta cuenta con una sala de audiencias, conformada por tres miembros
que eran los que dictaban la sentencia, un inquisidor, un calificador y un
fiscal. Que drásticamente hacían uso de las condenas si él acusado no cumplía
con su parte, decir la verdad. Asimismo, al lado derecho hay una puerta a la que
se le llamaba ‘puerta del secreto’, ya que esta conducía a la cámara del mismo,
donde se guardaba todo tipo de información acerca de los procesados. En esa
sala se puede apreciar un techo de estilo rococó compuesta por más de 30 mil
piezas, y fue reconstruido en el siglo XVIII debido al terremoto que sufrió
Lima en 1746.
El
primer
condenado al quemadero fue Mateo Salado, acusado de luteranismo, una
doctrina diferente a la católica, donde manifestaban otro tipo
de fe. Este fue el primer movimiento creado en Alemania por el
protestante.
Luego de ser
procesados, los acusados eran trasladados a la sala de autos de fe, donde se
daba lectura a la sentencia, dispuesta por el Tribunal de la Inquisición. De
esta manera, se hacía llamado al pueblo para que asistan y escuchen la
sentencia correspondiente. Para esto, a los culpables se les vestía de
sambenito, un traje blanco con un aspa de color rojo y un sombrero en punta. Y
a los inocentes se les vestía de blanco.
La persona que dictaba las sentencias era el secretario del Tribunal,
una persona que vestía de traje amarillo y un collarín blanco.
De esta manera,
el Tribunal contaba con unas celdas donde eran refugiados los reos y ellos
permanecían incomunicados, tan solo recibían sus alimentos, y si tenían dinero
se les daba más de lo que pedían. A la vez también recibían castigos, donde
permanecían horas sentados, atados de pies, con el cepo, un pedazo de madera
gruesa rectangular empotrado al piso y este sujetaba sus pies. El castigo se
utilizaba para que los culpables sean
inmovilizados y así causaban adormecimiento y contracciones en diferentes
partes del cuerpo.
Ingresando a
la siguiente sala, nos recibe la cámara de tormentos, y en ese momento la
audiencia mostró ánimo por lo que veían. El guía empezó a exponer cada tortura,
y entre el público se podía escuchar los murmullos de los niños, sorprendidos
de lo que observan, y de seguro se trasladan a esos tiempos donde todo era
totalmente distinto a la realidad de hoy. El público empieza a tomar todas las fotos
posibles y algunos toman apuntes de lo que el guía comenta, pues este era el
momento que todos estaban esperando.
Penosamente, cuando
los acusados tenían demasiadas contradicciones al momento de manifestar su
inocencia, eran sometidos a estas torturas, para que digan la verdad de una u
otra forma. Es por ello que usaban este martirio.
Los castigos
que recibían eran dependiendo del delito que hayan cometido, por ejemplo, eran
sometidos a la garrucha donde se les amarraban los brazos atrás de la espalda,
atados con una soga colgada que era movida por una garrucha y subirlo
lentamente. Cuando se encontraba a determinada altura, se le soltaba de manera
brusca, deteniéndolo abruptamente antes de que tocase el piso.
También se
utilizaba el potro, donde colocaban al preso sobre una mesa y eran atados sus
pies y sus manos con sogas unidas a una rueda. Esta al ser girada poco a poco,
las iba estirando en sentido contrario causando un terrible dolor. Este castigo
fue el que se realizo a Túpac Amaru II en 1781, cuando quisieron descuartizarlo
vivo. Fue atado de sus extremidades y jalado por cuatro caballos, pero no lograron
con su cometido.
Cuando
utilizaban el castigo del agua, tenían al procesado totalmente inmovilizado
sobre una mesa de madera y le colocaban una un trapo en la boca. Luego, el
verdugo procedía a echar agua lentamente, produciendo al detenido la sensación
de ahogo.
En el castigo
de los azotes, el recluso también era inmovilizado al cepo de manos y cuello, con
la espalda desnuda y recibía una cierta cantidad de azotes, dependiendo la
falta que hubiera cometido. En otros casos los azotes eran usados para obtener
confesiones.
Ya se pueden
imaginar el dolor intenso que podían ocasionar estos castigos, que bien eran
usados para obtener información o dar pena de muerte. Todo dependía del reo.
Muchas veces preferían callar para no dañar a algún familiar, y lastimosamente
les esperaba la muerte. Es así que este museo guarda grandes momentos vividos en
el ayer. Es más, tiene mucha información ligada con el Congreso de la
República.
Julio Daniel Cotrina Condori
EXCELENTE TRABAJO COLEGA SIGUE ASÍ Y TE ASEGURO QUE LLEGARAS MUY LEJOS . SUERTE EN TODO
ResponderBorrarMe encanto , estupendo trabajo , se ve que hay horas de esfuero y mucho trabajo
ResponderBorrarDe poquito a poquito logras grandes cosas
Te deseo todas las vibras en todo lo que te propongas !